pARTE I

"¡Esto sí que es vida!" — pensé yo mismo mientras admiraba la orilla de la playa. Con los pies enterrados en la arena y el cuerpo entregado a una buena silla reclinada, me dedicaba en cuerpo y alma al sofisticado arte de no hacer nada.

El cielo, claro y abierto, daba paso a un sol gentil que calentaba sin quemar. La marea subía poco a poco y ganaba cada vez más espacio sobre los granos de arena; sus perezosas revoluciones parecían completamente indiferentes a la brisa de aire fresco que soplaba para anunciar la llegada del crepúsculo.

Como bonus, todavía disfrutaba de la compañía de un buen amigo que descansaba al lado. Libres de cualquier otro compromiso aparte de estar allí, cada uno de nosotros aprovechaba el momento a su propia manera.

Una tarde perfecta, a no ser por algunos detalles que los años de entrenamiento y experiencia ya me habían enseñado a percibir.

Primero, era la línea del horizonte que parecía un poco más lejos de lo que debería, como si hubiese sido "estirada" en un programa de computadora; luego, en lo alto, notaba pequeños pulsos de luz ámbar que, tímidos y erráticos, se propagaban por el techo azul; por último, y lo mejor de todo, no había ninguna señal del dolor de espalda crónico que me acompaña en la vida real.

Normalmente es así como funciona. Algunas distorsiones psicodélicas me llaman la atención, y entonces percibo que estoy dentro de un sueño. He llevado esta habilidad inusual desde el final de la adolescencia, y, por ridículo que parezca, la verdad es que lo aprendí todo navegando por la selva digital que era el Internet de los años 90.

Los sueños lúcidos — como se les suele llamar — abren las puertas a un mundo fantástico donde la magia está al servicio de la fuerza de voluntad: volar por el espacio; respirar dentro del agua; atravesar paredes; todo es posible...

Para mí, sin embargo, el "poder" más interesante de todos es también uno de los más discretos: el poder de contraponer el propio sueño y dialogar con él o, en otras palabras, ¡el poder de conversar con el propio subconsciente! Y por supuesto, esa playa psicodélica tenía todo para ser otra gran oportunidad.

— Esta va a ser una hermosa puesta de sol, pero es probable que solo estemos babeando en medio de la madrugada... Sabes que esto es un sueño, ¿no? — pregunté curioso, con el fin de saber cómo mi inconsciente respondería.

— ¿Un sueño? Creo que podemos pensar así... pero si ese es el caso, necesito advertirte que no eres tú quien está soñando conmigo — mi colega respondió.

Bastante intrigado, me volví en su dirección, solo para descubrir que había estado hablando todo el tiempo con un lagarto — ¡un lagarto del tamaño de un Doberman!

Confieso que me había tomado por sorpresa. No tanto por el reptil en sí, sino sobre todo por el hecho de que, en veinte años de sueños lúcidos, nunca alguien me había dicho, dentro de un sueño, que el sueño no era mío.

Antes de que pudiera entender mejor lo que había pasado, mi curioso amigo se adelantó. Volvió su mirada hacia el horizonte y, mientras contemplaba el vasto océano, me preguntó:

— Dime, ¿qué sientes aquí? 

Ahora, aparte del shock inicial, yo también estaba confundido. Esa no parecía ser una pregunta cualquiera, sino una de aquellas preguntas existenciales que deberían llevarnos a pensar sobre la vida y a dar una respuesta significativa, algo para lo cual, dicho sea de paso, yo estaba completamente desprevenido.

— ¿No sabes qué decir? Tal vez es porque en realidad no has sentido nada — dijo el lagarto, y luego se calló para siempre.

El silencio parecía una indicación para que yo pudiera pensar sobre la pregunta. Decidí entonces volver a mirar la playa con el fin de encontrar una respuesta. Para ayudar en el proceso, comencé a controlar los intervalos de mi propia respiración, intentando desacelerar la mente y agudizar la sensibilidad.

La técnica no tardó en dar resultado. Más tranquilo, comencé a concentrar en la naturaleza, que parecía comunicarse conmigo a través de todos los sentidos: en el delicado contraste coloreado por el sol descendente; en la percusión natural del batir de las olas; en la arena esponjosa calentando los pies; e incluso en la brisa fresca que traía el olor del aire marítimo.

Poco a poco fui perdiéndome en esas sensaciones... hasta que sucedió. No sé cuánto tiempo me llevó, pero terminé percibiendo que estaba en un profundo estado de paz y armonía, dos cosas que no experimentaba hace mucho, mucho tiempo. En fin, pensé que estaba listo para responder:

— Vaya, es como si mi vacío finalmente estuviera lleno, podría quedarme aquí para siempre…

El lagarto demostró una cierta decepción al escuchar la respuesta, y obedeciendo al ritmo lento de nuestra conversación, permaneció callado. Miró para arriba por algunos instantes, y después me dijo, como si viese dentro de mi alma:

— Lo siento mucho, amigo mío, pero el alivio nunca puede ser un fin, es apenas un medio.

Las palabras eran pocas, pero significaban mucho. Esto es común en sueños lúcidos, donde el habla puede transmitir, además del sonido, diversos bloques de imágenes y sentimientos que facilitan mucho su comprensión.

Compasión... eso es lo que sentía mi amigo. En sus ojos, mi apego a la sensación de plenitud no reflejaba el comportamiento de alguien que estaba saciado, sino el de alguien que nunca dejó de ser un hambriento. Él estaba dejando en claro que yo todavía no había llegado a la respuesta final, y que podría ir mucho más allá.

Por supuesto, entender la situación es una cosa, pero saber qué hacer con ella es otra, y la verdad es que no tenía la menor idea de cómo proceder.

Fue entonces cuando una madre y un niño pasaron a nuestro lado, riendo y saltando mientras corrían hacia el agua, en una escena tan espontánea que me contagió de alegría. En ese instante me di cuenta de que la playa estaba llena de otras personas, y un gran estallido ocurrió dentro de mí.

 

— ¿Cómo pude, hasta ahora, ignorar completamente a todas esas personas? — Me pregunté, en voz alta.

Mi amigo lagarto sonrió con aprobación, o al menos eso parecía. Su mirada indicaba que finalmente había dado un paso en la dirección correcta. Inspirado por la percepción, tuve la idea de cerrar los ojos y concentrarme en las voces que me rodeaban.

Al principio fue extraño, pero cuanto más me dedicaba, mayor era la variedad de personas que podía distinguir. No era posible entender ninguna conversación en particular, pero todas ellas, juntas y mezcladas, parecían declarar la misma verdad: "Nosotros estamos aquí, y estamos felices".

Cuando finalmente abrí los ojos, el día estaba llegando a su fin. El ambiente estaba cada vez más fresco, el cielo presentaba los típicos colores cálidos, y todos se estaban acomodando para ver la puesta de sol.

Curioso, observé que tan pronto como se arreglaban, como inspiradas por el Gran Astro, las personas allí adoptaban posturas cada vez más calmadas y concentradas. Era increíble, pero hasta los niños parecían revelar, detrás de la apariencia de simples bañistas, el semblante de grandes meditadores.

No podía dejar de pensar en lo que estaba sucediendo, de manera que también terminé inspirándome, ya sea por el espectáculo natural o sea por el espectáculo humano — si es que los dos podrían ser separados. El tiempo que quedaba era poco, pero su paso no provocaba apego; en realidad, cuanto más tiempo pasaba, más se intensificaba el fenómeno.

Y cuando la esfera incandescente tocó el espejo de agua, el calor de una antigua nostalgia avanzó sobre la playa, tomando a todos por asalto. De repente, sin ninguna advertencia, todo era muy obvio: en aquel instante éramos todos uno.

Es difícil de explicar, pero es como si sintiéramos los mismos sentimientos, todos al mismo tiempo. Nos agradecíamos el uno al otro, no por el habla, sino por los lazos invisibles de la complicidad. Era cierto que nos estábamos elevando unos a otros, y que juntos habíamos llegado a un estado de plenitud que ninguno de nosotros hubiese sido capaz de alcanzar solo.

La sensación era tan intensa que parecía abrir mi pecho a la fuerza, recuperando espacios hace tiempo abandonados y llenándolos con soplos de vida. Yo transmitía bienestar para todos, como todos transmitían bienestar para mí. En aquel momento, mi viejo y conocido vacío no solo estaba lleno — se desbordaba en profusión.

— Acabo de darme cuenta que mi vacío no es un agujero... — compartí.

Mi amigo respondió con una mirada cuidadosa, cargada con tanta atención como una mirada de lagarto es capaz de expresar.

— Sí, tienes razón. Pero si no es un agujero, ¿qué es?

— Se parece más a una fuente... una que hasta hace poco estaba seca y vacía.

El lagarto agudizó aún más su mirada. Incluso si él no lo demostraba, yo sentía su presencia y su expectativa creciendo, como si estuviéramos a punto de llegar a donde él quería.

— Excelente, amigo mío. Ahora que has entendido eso, decime por qué el alivio de llenar la fuente no puede ser un fin.

Fue entonces cuando, sorprendido de mí mismo, supe exactamente qué decir:

— Porque una fuente llena es sólo la mitad del camino a una fuente que fluye.

La respuesta fue aceptada con satisfacción; nada más necesitaba ser dicho. El lagarto ahora parecía contento y aliviado, o incluso un poco orgulloso. Juntos, acompañamos alegremente el dominio del silencio, disfrutando de los pocos minutos de sol que quedaban.

Cuando el último rayo de luz se despidió de la orilla, el lagarto volvió a decir:

— Muy bien, creo que estás listo.

— ¿Listo para qué? — Pregunté curioso.

— ¡Listo para despertar, amigo mío!

¡Y así me desperté! No a la vida, en este caso, sino de una gran noche de sueño. La cama blanda me acomodaba con comodidad y los ojos perezosos no tenían ninguna intención de abrirse. Siguiendo un viejo hábito, retorcía mi cuerpo hacia un lado buscando ese "clack'' al final de la columna — la marca registrada de todas mis mañanas.

Podría haber vuelto a dormir, pero noté que no recordaba muy bien el día anterior, o peor aún, ni siquiera recordaba haberme ido a dormir. Aturdido, sentí el recuerdo del sueño psicodélico desvaneciéndose, dando lugar a una súbita y preocupante realización: ¡no estaba en mi cama!

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